¿Cuál es la contribución verdaderamente original que la escuela debe ofrecer en un mundo que está en constante cambio? Muchas miradas están puestas en la escuela con la esperanza de que ayude a generar un cambio social, de que lime las diferencias entre la vida académica y la vida laboral, de que genere respuestas adecuadas para el mundo de hoy, en constante cambio. La prisa en la que nos vemos inmersos nos hace responder en muchas ocasiones de manera precipitada, situando a la escuela al servicio de intereses ajenos o pasajeros. Por eso, es decisivo que reflexionemos seriamente sobre su identidad y función.

La escuela aún es un espacio privilegiado al servicio de la persona y su crecimiento, al servicio de la transmisión cultural a lo largo de generaciones. Todo esto se considera innecesario o inútil en muchos contextos. Sin embargo, esta inutilidad es su mayor riqueza. Enseñar a pensar, argumentar, amar el saber, comunicar el placer de leer, el gusto por el arte, las ciencias o la filosofía son fines de la educación que parecen relegados a la adquisición de competencias o al uso de las nuevas tecnologías. Repensemos la escuela, elogio de lo inútil, para encontrar su razón y sentido, la educación de la persona y su crecimiento, su verdadera identidad. Sólo así podrá ofrecer una contribución original al mundo de hoy.